Nuestra
Señora de Guadalupe es una advocación mariana, cuya imagen tiene su
principal centro de culto en la Basílica de Guadalupe, en
el norte de la ciudad de México. De acuerdo a la tradición
mexicana, la Virgen María de Guadalupe se apareció cuatro veces a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin en el cerro del Tepeyac.
Según el relato guadalupano conocido como Nican mopohua,
tras una cuarta aparición, la Virgen ordenó a Juan Diego que se presentara ante
el primer obispo de México, Juan de Zumárraga. Juan Diego llevó en su ayate unas rosas ―flores que no son nativas
de México y que tampoco prosperan en la aridez del territorio― que cortó en el
Tepeyac, según la orden de la Virgen. Juan Diego desplegó su ayate ante el
obispo Juan de Zumárraga, dejando al descubierto la imagen de Santa María,
morena y con rasgos mestizos.
Las apariciones tuvieron lugar en 1531, ocurriendo la
última el 12 de diciembre de ese mismo año. La fuente más importante que
las relata es el Nican mopohua,
atribuido al indígena Antonio
Valeriano (1522-1605)
y publicado en 1649 por el presbítero Miguel Sánchez en su
libro Imagen de la Virgen
María Madre de Dios de Guadalupe, contribuyendo a divulgar ampliamente la
devoción guadalupana.
Según la
tradición católica, el santo Juan Diego Cuauhtlatoatzin ―a quien en 1990 Juan Pablo II tituló «el confidente de la dulce
Señora del Tepeyac»― nació en
1474 en Cuauhtitlán, entonces
reino de Texcoco,
perteneciente a la etnia de los chichimecas.
Se llamaba Cuauhtlatoatzin, que en su lengua materna significaba «águila que
habla», o «el que habla con un águila».
Ya adulto y
padre de familia, atraído por la doctrina de los padres franciscanos llegados a México en 1524, recibió el
bautismo junto con su esposa María Lucía. Celebrado el matrimonio cristiano,
vivió castamente hasta la muerte de su esposa, fallecida en 1529. Hombre de fe,
fue coherente con sus obligaciones bautismales, nutriendo regularmente su unión
con Dios mediante la eucaristía y el estudio del catecismo.
Un sábado 9 de diciembre,
El 9 de diciembre de
1531, el indio
Juan Diego, recién convertido a la fe católica, se dirigió al templo para oir
Misa. Al pie de un cerro pequeño llamado Tepeyac vio una nube blanca y
resplandeciente y oyó que lo llamaban por su nombre. Vio a una hermosa Señora
quien le dijo ser "la siempre Virgen María Madre de Dios" y le pidió
que fuera donde el Obispo para pedirle que en aquel lugar se le construyera un
templo. Juan Diego se dirigió a la casa del obispo Fray Juan de Zumárraga y le
contó todo lo que había sucedido. El obispo oyó con admiración el relato del
indio y le hizo muchas preguntas, pero al final no le creyó. De regresó a su pueblo Juan Diego se encontró de
nuevo con la Virgen María y le explicó lo ocurrido. La Virgen le pidió que al
día siguiente fuera nuevamente a hablar con el obispo y le repitiera el
mensaje. Esta vez el obispo, luego de oir a Juan Diego le dijo que debía ir y
decirle a la Señora que le diese alguna señal que probara que era la Madre de
Dios y que era su voluntad que se le construyera un templo. De regreso, Juan
Diego halló a María y le narró los hechos. La Virgen le mandó que volviese al
día siguiente al mismo lugar pues allí le daría la señal. Al día siguiente Juan
Diego no pudo volver al cerro pues su tío Juan Bernardino estaba muy enfermo.
La madrugada del 12 de diciembre Juan Diego marchó a toda prisa para conseguir
un sacerdote a su tío pues se estaba muriendo. Al llegar al lugar por donde
debía encontrarse con la Señora prefirió tomar otro camino para evitarla. De
pronto María salió a su encuentro y le preguntó a dónde iba. El indio
avergonzado le explicó lo que ocurría. La Virgen dijo a Juan Diego que no se
preocupara, que su tío no moriría y que ya estaba sano.
Entonces el
indio le pidió la señal que debía llevar al obispo. María le dijo que subiera a
la cumbre del cerro donde halló rosas de Castilla frescas no obstante la fría
estación invernal y la aridez del lugar. Una vez recogidas las colocó en su
«tilma» y se las llevó a la Virgen, que le mandó presentarlas al Sr. Obispo
como prueba de veracidad. Una vez ante el obispo el santo abrió su «tilma» y
dejó caer las flores mientras que en el tejido apareció, inexplicablemente
impresa, la imagen de la Virgen de Guadalupe, Viendo esto, el
obispo llevó la imagen santa a la Iglesia Mayor y edificó una ermita en el lugar
que había señalado el indio, desde aquel momento se convirtió en el corazón
espiritual de la Iglesia en México.
El santo,
movido por una tierna y profunda devoción a la Madre de Dios, dejó a los suyos,
la casa, los bienes y su tierra y, con el permiso del Obispo, pasó a vivir en
una pobre casa junto al templo de la «Señora del Cielo». Su preocupación era la
limpieza de la capilla y la acogida de los peregrinos que visitaban el pequeño
oratorio, hoy transformado en basílica, símbolo elocuente de la devoción
mariana de los mexicanos a la Virgen de Guadalupe. En espíritu de pobreza y de
vida humilde Juan Diego recorrió el camino de la santidad, dedicando mucho de
su tiempo a la oración, a la contemplación y a la penitencia. Dócil a la
autoridad eclesiástica, tres veces por semana recibía la Santísima Eucaristía.
En la homilía
que Su Santidad pronunció el 6 de mayo de 1990 en ese Santuario, indicó cómo
«las noticias que de él nos han llegado elogian sus virtudes cristianas: su fe
simple [...], su confianza en Dios y en la Virgen; su caridad, su coherencia
moral, su desprendimiento y su pobreza evangélica. Llevando una vida de
eremita, aquí cerca de Tepeyac, fue ejemplo de humildad».
Juan Diego,
laico fiel a la gracia divina, gozó de tan alta estima entre sus contemporáneos
que estos acostumbraban decir a sus hijos: «Que Dios os haga como Juan Diego».
Juan Diego murió en 1548, con fama de santidad. Su memoria, siempre unida
al hecho de la aparición de la Virgen de Guadalupe, atravesó los siglos,
alcanzando la entera América, Europa y Asia.
Pio X la
proclamó como "Patrona de toda la América Latina", Pio XI de todas
las "Américas", Pio XII la llamó "Emperatriz de las
Américas" y Juan XXIII "La Misionera Celeste del Nuevo Mundo" y
"la Madre de las Américas". El 6 de mayo de 1990, en esa Basílica,
Juan Pablo II presidió la solemne celebración en honor de Juan Diego, decorado
con el título de beato. Precisamente en aquellos días, en la misma arquidiócesis
de la ciudad de México, tuvo lugar un hecho extraordinario que la Iglesia
católica atribuyó a la intercesión de Juan Diego, con el cual se abrió la
puerta que condujo a la actual celebración. En las palabras de Juan Pablo II,
Juan Diego «representa todos los indígenas que reconocieron el evangelio de
Jesús». Finalmente, Juan Diego Cuauhtlatoatzin fue canonizado por el propio
Juan Pablo II en una celebración realizada en la ciudad de México, el miércoles
31 de julio de 2002, durante uno de sus viajes apostólicos.
Documentos históricos
aprobados por la Iglesia católica
La Iglesia
católica aprobó como ciertos algunos documentos en los cuales se afirma la
existencia del indio Juan Diego:
§ El Nican Mopohua, texto náhuatl,
la lengua azteca, escrito hacia 1545 por Antonio Valeriano (1516-1605), ilustre
indio tepaneca, alumno y después profesor y rector del Colegio de Santa Cruz de
Tlatelolco, Gobernador de México durante treinta y cinco años; publicado en
1649 por Luis Lasso de la Vega, capellán de Guadalupe; y traducido al español
por Primo Feliciano Velázquez en 1925. Este documento precioso es probablemente
el primer texto literario náhuatl, pues antes de la conquista los aztecas
tenían solo unos signos gráficos, como dibujos, en los que conseguían fijar
ciertos recuerdos históricos, el calendario, la contabilidad, etc.
§ El Testamento de Juana Martín, del
11 de marzo de 1559, que afirma ser vecina de Juan Diego. El original, en
náhuatl, se halla en la Catedral de Puebla.
§ El Inin Huey Tlamahuizoltin o Huei Tlamahuiçoltica, texto náhuatl
compuesto hacia 1580, quizá por el padre Juan González, intérprete del obispo
Zumárraga, traducido por Mario Rojas. Es muy breve, y coincide en lo sustancial
con el Nican Mopohua.
§ El Nican Motecpana, texto náhuatl
escrito hacia 1600 por Fernando de Alva Ixtlilxóchitl (1570-1649), bisnieto del
último emperador chichimeca,
alumno muy notable del Colegio de Santa Cruz, que se convirtió en gobernador de
Texcoco, escritor y heredero de los papeles y documentos de Valeriano, entre
los cuales recibió el Relato
de las apariciones de la Virgen de Guadalupe. En este texto afirma la
existencia de Juan Diego, y varios milagros obrados por la Virgen en su nuevo
templo.
§ El Testamento de Juan Diego,
manuscrito del XVI, conservado en el convento franciscano de Cuautitlán, y recogido
después por Lorenzo
Boturini.6
§ Varios Anales, en náhuatl, del siglo
XVI, como los correspondientes a Tlaxcala, Chimalpain, Cuetlaxcoapan, México y
sus alrededores, hacen referencia a los sucesos guadalupanos.
§ Las Informaciones de 1666, hechas a instancias de Roma,
en las que depusieron 20 testigos, 8 de ellos indios ancianos. Entre los
testigos se contó a don Diego Cano Moctezuma, de 61 años, nieto del
emperador, alcalde ordinario de la ciudad de México.
§ En el siglo XVII hay
varias Historias de las
apariciones de Guadalupe, publicadas por el bachiller Miguel Sánchez
(1648), el bachiller Luis de Becerra Tanco (1675), el padre Francisco de
Florencia S. J. (1688) y el presbítero Carlos de
Sigüenza y Góngora (1688).
[editar]Origen de esta historia
El Nican Mopohua (‘aquí se narra’, en idioma
náhuatl) es el título de la narración en la que se cuentan las
apariciones de la Virgen de Guadalupe. El elegante y complejo texto no está
escrito en un náhuatl original sino en el lenguaje reformado en los conventos
jesuitas.
El sacerdote
católico Luis Becerra Tanco (s. XVII) cuenta que en una fiesta del 12 de
diciembre de 1666 ―solo diecisiete años después de la
publicación del texto náhuatl― oyó a unos indígenas que durante la danza
cantaban en náhuatl cómo la Virgen María se le había aparecido al indígena Juan
Diego, cómo había curado al tío de este y cómo se había aparecido en la tilma
ante el obispo. La obra está escrita en fina prosa poética (tecpiltlahtolli: ‘lengua noble’) y tuvo varias
traducciones, siendo las más difundidas las de:
§ 1666: presbítero Luis Becerra Tanco
§ antes de 1688: Fernando de Alva Ixtlilxóchitl (historiador y gobernador de Texcoco, 1578-1650) traducción
parafrástica al castellano, que aparece en La
estrella del norte de México (1688)
del presbítero Francisco de Florencia.
§ 1886: presbítero
Agustín de la Rosa (traducción directa del náhuatl al latín).
§ 1926: licenciado
Primo Feliciano Velázquez
§ 1978: presbítero
Mario Rojas Sánchez (de la diócesis de Huejutla).
§ 1989: Guillermo Ortiz
de Montellano
§ 2002: Miguel
León-Portilla (primera traducción laica).
Aparición de la Virgen ante
San Juan Diego y Juan Bernardino
Según el
relato narrado en el Nican
Mopohua, la Virgen María se había manifestado un siglo antes al
indígena Juan Diego, quien era originario de Cuautitlán (que pertenecía al señorío de Texcoco),
y a su tío Juan Bernardino, ambos convertidos al cristianismo pocos años atrás a raíz de la
conquista española.
El Nican Mopohua dice que la Virgen le reveló el nombre
«Guadalupe» a Bernardino cuando este se encontraba enfermo de gravedad. Los
críticos escépticos opinan que es imposible que la Virgen se haya nombrado a sí
misma Guadalupe ante el anciano, ya que Juan Bernardino no entendía la lengua
castellana traída por los españoles al Nuevo Mundo, por tanto el diálogo tuvo
que haberse desarrollado en la lengua nativa, que era el náhuatl (lengua viva hablada por más de
2,5 millones de personas), en la que no existen las consonantes g ni d.
Una
explicación de este error podría ser que la aparición haya dicho que era la
Virgen Tequatlasupe, y que ―debido a que para los españoles era muy difícil de
pronunciar ese nombre― los españoles la llamaron «Virgen de Guadalupe»
Etimología
del nombre
Según algunos
guadalupanos, el nombre de la Virgen de Guadalupe podría ser una deformación de
un nombre original desconocido ―pronunciado en idioma
náhuatl― con el que el indígena Juan Diego habría mencionado a la
Virgen que se le había aparecido.
Varios
escritores han tratado de identificar palabras en idioma náhuatl que
suenen parecido a Guadalupe y tengan algún significado religioso, para que
pudieran ser el nombre que dijo la Virgen: coatlallope: ‘la que aplasta
a la serpiente (siendo coatl: ‘serpiente’, a: preposición y llope: ‘aplastar’).
Tela de lino y cáñamo (no
maguey)
Los fieles
guadalupanos creen que la tela milagrosa está hecha de maguey.
El primer
estudio de la tela se remonta al año 1666. Algunos pintores de aquel tiempo
obtuvieron el permiso para examinar atentamente la tilma y con sorpresa
constataron que la pintura no tenía una preparación de fondo y por lo tanto era
imposible pensar que la imagen hubiera sido pintada al óleo o al temple.
Además, el agave, del que estaba hecha la tilma, es un material extremadamente
deteriorable. Expuesto, sin ningún tipo de protección, en un lugar donde el
clima húmedo, rico de partículas de salitre, podía corroer incluso el hierro,
se habría estropeado en pocos años. En cambio, cuando se hicieron esas
investigaciones ya habían pasado 135 años y aquel agave estaba intacto.
Esta observación se ha hecho en todas las otras investigaciones científicas
sucesivas, quedando siempre sin respuesta. Es una interrogante que se nos
plantea también hoy día: ese agave es el único que existe en el mundo que
después de 461 años está aún intacto.
La Iglesia
católica argumenta que la tela
del ayate sobre el que está la imagen de la Virgen es de fibra vegetal de
maguey. Por su naturaleza, esta fibra se descompone por putrefacción en mucho
menos de medio siglo. Así ha sucedido con varias reproducciones de la imagen
que se han fabricado con tejido de maguey. El ayate, sin embargo, ha resistido
más de 480 años.
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